Thursday, June 8, 2017

EL ENTRENAMIENTO (parte 2)

Entre otras cosas, ese primer seminario sirvió para mostrarme que no sólo los ministros de alabanza necesitan ser entrenados en adoración. En la simpática película animada Ratatouille, una rata es inspirada a convertirse en cocinero por las palabras del célebre Chef Gusteau: "Cualquiera puede cocinar". Pues yo creo que cualquiera puede adorar. Y no sólo eso, sino que todos debemos adorar.

Pero hay que nadar contracorriente para lograrlo.

Si el sistema de este mundo pudiera salirse con la suya, sólo unos pocos privilegiados podrían adorar. Fabricando una escasez así, las masas no tendrían otra opción que aceptar todo lo que viniera de boca de los iluminados. ¿Alguien dijo Santa Inquisición?

Aunque estaba formando jóvenes ministros de alabanza, entendí que era necesario formar nuevos adoradores en mi iglesia local. Me refiero a que, aunque no todos en la congregación tengamos aptitud para el canto o la música, todos tenemos la posibilidad de ser adoradores. Pero necesitamos ser enseñados. Poco después del primer seminario Adoremos, lo impartimos nuevamente para IPV.

Poco tiempo después, el Pastor Edy Bonilla nos pidió que fuéramos a impartir Adoremos a su congregación en Yorito, Yoro. Marcaría la primera vez que saldría a impartir el seminario fuera de nuestro templo. Pero los adultos de Honda & Piedra ya estaban ocupados en otros menesteres, así que la mayor parte de mi equipo ministerial para la misión serían los chicos. Y me encontré con un dilema.

Una cosa es haber crecido en una iglesia profética - hablando en lenguas y viendo la operación de los dones del Espíritu Santo. Otra cosa es saber ministrar el bautismo en el Espíritu Santo. Los chicos tendrían que ministrar el don del Espíritu Santo por primera vez en sus vidas. Sólo esperaba que no les fuera tan terriblemente como mi primera vez.

Años atrás, Hermana Emma había recibido una invitación a ministrar sobre el Espíritu Santo a un grupo de jóvenes norteamericanos que andaría de retiro en Telamar. Ella no podía ir, pero los organizadores me aceptaron a mí en representación de ella. Manejé hasta Tela, llevando a Abbie y a Hansi - apenas una infante. El problema no fue el idioma. (Hablo inglés fluidamente.) No era la juventud de ellos. (Creo que sé llevarme bien con los jóvenes.) Tampoco el tema del Espíritu Santo. (Había tenido vivencias personales con Él.) El problema fue que tropecé citando un versículo que - aunque yo no lo sabía - tocaba un punto doctrinal fundamental. Los muchachos, siendo de trasfondo bautista, se sabían bien la Biblia y estaban bien establecidos en su doctrina. Se me avalancharon encima en una ola de apologética sincronizada. Me sentí atacado, entré en pánico, y me trabé. No pude compaginar mis pensamientos, hasta que - durante la hora de almuerzo - me metí a orar con Abbie. Durante la tarde, más o menos logré re-encaminar la conversación, pero regresé a casa insatisfecho. Sentí que había fracasado en mi primer asignación como ministro enviado.

Pero como todas las cosas ayudan para el bien de los que amamos al Señor, aquella experiencia me hizo más responsable en mi estudio bíblico. Me ayudó a ver la importancia de entender claramente los conceptos espirituales para poder impartirlos de manera sencilla y práctica. Nuestra ministración no necesita estar atiborrada de versículos, pero sí debe estar debidamente fundamentada.

Rumbo a Yorito, mi preocupación era que los chicos no estuvieran debidamente fundamentados para lo que se esperaba de ellos en la misión. Traté, a lo mejor de mi capacidad, de revisar sus fundamentos. Corrigiendo lo defectuoso. Aclarando dudas. Despertando en ellos un sentido de responsabilidad, sin perder de vista lo sencillo que realmente es ministrar si dependemos de la capacidad del Espíritu Santo y no de la nuestra.

Podría haber sido más fácil, de no ser por Hipo - la almohada de peluche morado con forma de hipopótamo que por años Ana Raquel llevaría en todos sus viajes misioneros. Hipo me miraba desde detrás del abrazo de Ana, recordándome que mis compañeros de misión eran casi unos niños todavía.

¡Pero los chicos fluyeron de maravilla! Fueron muy sensibles a la dirección del Espíritu Santo, y muy edificantes para la congregación del Pastor Edy. Fue la primera que recibimos una ofrenda por impartir Adoremos. Esta vez regresé a casa satisfecho, si bien más consciente de la importancia de fundamentar seriamente a los chicos que estaba formando. El contenido del seminario Adoremos tendría que ser revisado, re-evaluado y destilado una y otra vez.

Trabajaba en la primera de esas revisiones cuando el Pastor Remo Bardales me invitó a impartir Adoremos para los jóvenes de su grupo de alabanza en IPV de San Pedro Sula. En vista del nuevo contenido, decidí aprovechar para que los chicos de mi propio equipo recibieran el seminario también. Y aprovechando la confianza con los pastores Bardales, aun incluimos sesiones privadas donde los chicos pudieran confesar sus pecados y ser ministrados.

Wendy seguía luchando. No le permití tirar la toalla aquella vez que llamó llorando. Paso a paso, seguía en el proceso. Buscaba consuelo cada día más en el Señor que la levantaba para vida, en vez de la música depresiva que la hundía para muerte. Algunos días eran mejores que otros, pero avanzaba. Durante el entrenamiento, echó mano de la oportunidad de confesar pecados para recibir perdón y sanidad. Wendy lloró dos ríos y medio.

¡Cuán pesado lastre es la culpa! La nueva libertad del Señor le permitiría entrada libre a la presencia de Dios. A través de la adoración, podría conectarse con el Señor. Y en sus momentos a solas con el Señor, comenzaría a escribir canciones a Aquel al cual adoraba.
     En verano o en invierno
     Sea de noche o de día
     En salud o enfermedad
     En tristeza o alegría

Angie tenía 12 años apenas. Y aunque había escuchado antes muchos de los conceptos del seminario, ella recuerda esa versión del entrenamiento como una base importante para iniciar su ministerio en adoración. Dice haber aprendido ahí fundamentos básicos que aplica hasta hoy.

Principalmente, sus motivaciones para estar en el ministerio de alabanza quedaron expuestas. Su sueño infantil de ser una estrella admirada por todos seguía vivo. Ya no en el mundo, sino en la iglesia; pero era el mismo sueño, nacido de la misma vanagloria. Se dio cuenta de que estaba en el ministerio de alabanza para que las personas la vieran a ella, no al Señor. Inadvertidamente, para que la alabaran a ella, no al Señor. Ese día tuvo un atisbo de la verdadera adoración. Entendió que no se trata de nosotros, sino del Señor. Que adoración no es el bonito cantar de baladas lentas, sino una vida rendida completamente al Señor. Un corazón contrito y humillado, como un altar encendido por toda la eternidad.

*   *   *   *   *

Buenos reportes del entrenamiento Adoremos llegaron hasta los pastores de otras iglesias hijas de MUNA - aun aquellas en otros países. Algunos nos preguntaban cuándo volveríamos a impartirlo, pues querían enviar a su gente de alabanza. Ya que aumentaran las solicitudes, hermana Emma nos animó a impartirlo para una audiencia internacional. Por supuesto, la invitación estaría abierta a gente local también. Aprovechando las aptitudes informáticas de los muchachos, comenzamos un sistema de registro en red que a futuro se convertiría en una útil base de datos.

Esto de compartir lo que Dios nos estaba dando con nuestros homólogos de otros lugares resultó ser una experiencia muy gratificante. No sólo por la satisfacción de servir a otros, sino por la sensación de pertenencia. Sentirse tan unido en el espíritu con alguien a quien uno realmente no conoce... ¡No tiene precio!

Sin embargo, no toda la tribu estaba cerca. Un día llevé a Abbie a La Ceiba, donde la habían invitado a predicar en un evento para damas. Ya que no podía estar en el evento, aproveché para ir a cenar a Kentucky Fried Chicken. No por el pollo frito, sino porque ahí estaría Aldo, trabajando el turno de noche. Lo vi cansado y frustrado. Sonriente al verme, sí, pero triste. Él y Gina tenían tres hijos ya, y digamos que estaban pasando tiempos de gran aprendizaje, con pruebas en todas las áreas de sus vidas. Con todo, no habían dejado de servir al Señor. Y el Señor no los había desamparado.

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