Thursday, February 2, 2017

DE REGRESO A CASA (parte 4)

Mirlen nació cantando y con oídos abierto. A la edad de cinco años, observaba atentamente cómo su abuelo lideraba su grupo musical con voz y guitarra. Luego lo emulaba - a pesar de que el instrumento era para diestros y ella es zurda - cantando de acuerdo a la nota que se escuchaba a sí misma tocar. No sabía el nombre de los acordes que hacía; sólo sabía que se escuchaba bien. Desde que estaba en primer grado de la escuela, la ponían a dirigir el himno nacional y siempre obtuvo notas sobresalientes en canto.

Muchos años después, Mirlen se encontró con cuatro hijos pequeños, separada de su esposo, y con un futuro incierto. Temprano de un día domingo, el Señor le dijo que se arrepintiera, que lo buscara, y que lo adorara.
- "¿Dónde vamos, Mami?", preguntaron sus hijos mientras ella los vestía.
- "Hoy vamos a la iglesia."
- "¿A cuál iglesia, Mami?"

Cuando se subieron al bus, Mirlen aún no sabía a qué iglesia iba. Cursaron la calle que lleva hasta el centro de la ciudad, cruzando el puente sobre el Río Chamelecón. Unas cuadras adelante, el Espíritu Santo le dijo que se bajara. Mirlen se bajó con su marimba: Aldo, Carmen, Michelle y Josué. De pie en la acera y sin saber a dónde ir, oyó alabanzas no muy lejos.

Volteando en esa dirección, vio a un niño jugando. Resulta que era su vecinito.
- "¿Qué estás haciendo en la calle?", preguntó.
- "Mis papás están ahí arriba, alabando al Señor", respondió, señalando a una casita de dos plantas.
- "Yo creo que es aquí donde el Señor me trae", pensó Mirlen.

Al subir, encontraron una pequeña congregación alabando el nombre del Señor. Jiménez dirigía la alabanza; yo le acompañaba con un teclado casi de juguete. En la parte de atrás del salón hallaron una banquita. Parecía puesta especialmente para ellos, porque cabían los cinco. Mirlen se sentó con sus pequeños. Ese día se arrepintió de sus pecados y se entregó al Señor. Lloró todo el domingo. Lloró toda la semana. Y se dijo a sí misma, "De aquí nadie me saca".

Un día de la semana, Jiménez llegó a la reunión de oración. No había nadie más que Mirlen y sus hijos, y se habían puesto a alabar al Señor con la guitarra de la iglesia. Mirlen pensó que Jiménez la regañaría, pero lejos de eso, se le unió en el canto. Él después le reportaría a la pastora general - Hermana Emma - de la señora nueva, que tocaba la guitarra y que cantaba bien.

El domingo, Hermana Emma fue hasta atrás, donde estaba Mirlen sentada con sus hijos. Llevándola de la mano para el frente, le dio una guitarra para que tocara con los músicos. Mirlen afinó la guitarra en medio del cántico, encontró la nota, y comenzó a acompañarnos.

Yo estaba formando un grupo de alabanza para MUNA, y Hermana Emma dio la instrucción de que Mirlen se incorporara. El Señor había manifestado que la usaría mucho en la alabanza, en el cántico nuevo, y en la unción profética. Y aunque quizás me triplicaba la edad, se sometió en toda humildad.

Mirlen cuenta que sucedieron algunas cosas que, francamente, no recuerdo. Talvez mi memoria se ha vuelto selectiva porque me apena que sean ciertas. Por ejemplo, ella dice que yo le llamaba la atención después de que dirigía la alabanza:
- ¿Por qué cantó esa canción que habla del amor si estábamos cantando del Espíritu Santo?
- Es que van por la misma nota...
- ¡Pues, no! Quiero que vaya y saque una lista de todas las alabanzas que hablan del Espíritu Santo y cómo combinarlas.

Sea cual sea el caso, Mirlen dice que aprendió bastante. Hoy por hoy, admiro el catálogo musical que Mirlen lleva en su mente y en su corazón. Es como una rocola de alabanzas andante, con una capacidad de análisis musical que supera a Pandora y Spotify. Y si hoy le pides que comience a cantar canciones al Espíritu Santo, vete a casa y regresa mañana; que todavía estará cantando.

Yo me aparté del Señor en mi adolescencia. Me fui de la iglesia, de casa de Mamá, y eventualmente del norte de Honduras para Tegucigalpa a estudiar.

Durante la década de mi vagancia, hubo muchos cambios en el ministerio de alabanza en MUNA, pero la alabanza nunca faltó. Muchos líderes rotaron - a veces Mirlen, a veces otro - pero Mirlen permaneció sujeta. Muchos integrantes entraron y salieron, pero Mirlen permaneció constante. Y con ella, su hijo mayor - Aldo - que aún era un niño.

Mientras tanto, el Señor se manifestaba poderosamente y Mirlen se desarrollaba en la alabanza, en el cántico nuevo, y en la unción profética. Y a medida que Mirlen crecía en liderazgo, Aldo aprendía a tocar el piano.

Por años Mirlen oró fervientemente para que yo volviera a ocupar el vacío que había dejado. Cuando finalmente regresé a casa, me recibió con el gozo más efusivo, desinteresado y sincero que se haya visto por estos lados.

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