El dos mil fue un año excepcional. El hijo pródigo regresó a casa.
El muerto ha revivido
Fue hallado el perdido
Todos cantan en celebración
Me encontré con una nueva vida - en más sentidos de los que lograré explicar. Tras mi década de desorden y despilfarro, Cristo me rescató. Me hizo nacer de nuevo y pacientemente comenzó a transformar mi alma. Me mudé a la casa donde pasaría mis últimos seis meses de soltería. Por lo pronto, era un cajón mayormente vacío. También la casa.
Atestiguaban de los estragos de la inundación del Huracán Mitch, una marca horizontal en las paredes de ladrillo visto y el jardín, vuelto infértil por el lodillo. La mesa del comedor había sido confeccionada de desperdicios de construcción; las bancas, adquiridas en algún mercado. La habitación estaba amueblada con la cama unipersonal de mi adolescencia, un viejo requinto en la esquina, y no mucho más. El piso era mosaico rojo; el cielo raso, gris cemento. Una típica casa abandonada en la Residencial Oro Verde de La Lima.
Era una especie de purgatorio - pero uno que realmente necesitaba. Primeramente por mí mismo. Pero también porque Abbie había aceptado casarse conmigo dentro de seis meses. Y antes de que ella pudiera llenar de color esta casa donde viviríamos los próximos años, el Señor primero tenía que tratar asuntos profundos conmigo.
Durante el día, dirigía la construcción de la casa de Rigo y Mamá. Por las noches iba a Iglesia Piedra Vivas - al culto o al discipulado, según el día. Pero no todas las noches había reunión. Y a Abbie - que vivía en San Pedro Sula - sólo la miraba los fines de semana. Sin televisión, sin internet, sin amigos contemporáneos... Si no tienes cuidado, la solitud puede convertirse rápidamente en soledad.
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