Antes, lo normal habría sido encerrarme a escuchar mi colección de CDs, aun sabiendo que me volcaría en una espiral descendente hacia un abismo oscuro. Ahora que quería vivir limpio, lo lógico sería escuchar alabanzas. Pero por más que lo intentara, no podía.
No era un rechazo espiritual - como cuando los demonios internos te impiden buscar la luz. Al contrario, sabía que las alabanzas nutrían mi espíritu. De hecho, disfrutaba de cantar en el culto con mis hermanos. Más bien, el problema era que no lograba disfrutar las producciones de música evangélica. Sobre todo las grabaciones de artistas hispanos de estilos modernos, siempre me dejaban con la sensación de estar viendo al niño bien portado del colegio esforzándose demasiado por entrar al círculo de los chicos populares.
Sin esto ni lo otro, acabé pasando la mayor parte de mi tiempo libre leyendo la Biblia y orando. Mamá me había guardado por años mi Biblia de adolescente - una Biblia de estudio de Editorial Vida, con concordancia, diccionario, índice temático, sinopsis de los libros y reseña biográfica de los autores bíblicos. Un verdadero tesoro de publicación que aún conservo. Con ella rescaté mi hábito de lectura y el estudio bíblico concienzudo.
Ahora, mi vida de oración era otra historia. Durante algún tiempo deambuló entre inexistente y obligada; a veces irrisoria, a veces patética. Muchas fueron las noches en que me acosté tarde leyendo, sólo para despertarme tarde por la mañana a hacer una oración de culpa: ¡Perdóname, Señor, por haberme despertado demasiado tarde para orar! Mañana no volverá a suceder. Amén.
Hasta que una mañana oí en mi corazón la voz del Señor preguntando: ¿Y si hoy en vez de pedirme perdón por despertarte tarde, mejor me dices algo de lo que me hubieras dicho si te hubieras despertado temprano? Por primera vez entendí que Él estaba más interesado en mí que en mi sacrificio. Que anhelaba mi compañía más que mi devoción.
Y eso cambió por completo mi vida de oración. Pasó de ser una carga a ser un momento deseado. Antes era una responsabilidad; ahora mi espíritu se sentía libre hablando con Dios sobre cualquier tema.
Muchas veces, las lecturas bíblicas se convirtieron en oraciones, y las oraciones se convirtieron en canciones. En ocasiones, me hice acompañar con aquel viejo requinto que un día compré en una casa de empeños. Hubo días en que la canción me tocaba en lo profundo de mi corazón. Pero el día siguiente no la recordaba.
Así que compré una sencilla grabadora de casetes y casetes en blanco. Y de allí en adelante me propuse grabar mis cánticos, ya fuera mientras oraba y adoraba o inmediatamente después. Llené un casete entero con cánticos nuevos, y luego otro; y vinieron a ser la música permanente en mi carro. Cuando manejaba, imaginaba los arreglos musicales y cantaba las armonías. La música nutría mi alma, mientras la Palabra de Dios vivificaba mi espíritu.
No comments:
Post a Comment