Enrique y otros tres miembros de IPV habían salido temprano hacia Santa Lucía y Magdalena - dos de los municipios más meridionales de Honduras, colindantes con El Salvador. Ana Rebeca no viajó ese año, pues tenía un embarazo bien adelantado. Aprovechando que Ana Rebeca quedaba en casa - con buena señal de celular e internet - le asigné la tarea de conseguir un contacto en Virginia, Lempira.
Por su parte, Ana Rebeca no lograba conseguir contacto. Ninguno de sus conocidos conocía a alguien allí. A través de Facebook había encontrado a un pastor y la alcaldía de Virginia, pero el pastor tenía más de un año sin actividad en la red y la alcaldía no contestaba. Su cuñada le brindó el número de alguien en un municipio vecino, quien le dio el número de alguien más - un simple y desconocido ciudadano de Virginia llamado Reginaldo. De contacto en contacto, finalmente logró comunicarse con un pastor. ¡Qué alegría!
Entonces tuve comunicación con Pastora Mirlen nuevamente, y me enteré que para nuestra llamada anterior era al primer municipio - Erandique - al que iban llegando. Habiendo dejado ahí a dos miembros del equipo, los tres restantes iban ahora de camino a San Andrés. Pero la carretera estaba en mal estado, y sería imposible llegar hasta Virginia antes de las siete de la noche.
Mientras tanto, el pastor de Virginia se rehusaba a participar. Le dio a Ana Rebeca una y otra justificación. Aunque ella le explicó que llevábamos mucho tiempo organizando esto, él argumentaba que era muy desordenado de nuestra parte. Aun cuando Ana Rebeca le aseguraba que era el único municipio que hacía falta, dijo que no.
Desesperada, Ana Rebeca llamó a Reginaldo para preguntarle si él levantaría un altar de adoración al Señor, pero él tampoco accedió. Dijo que él no era religioso.
Ana Rebeca llamó nuevamente al pastor. Le rogó que delegara a alguien, pero dijo que no. Que enviara a las ancianas de la iglesia a orar al paque. ¡No! ¿A los jóvenes? ¡No! Ella oraba para que algo hiciera cambiar su corazón. Pero no sucedió.
Yo estaba almorzando cuando me llamó Ana Rebeca. Sonaba agotada, frustrada y triste.
- Hice todo lo que pude, Pastor.
- No te preocupes. El Señor sabe que hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance.
- Talvez si usted lo llama...
No me gusta tratar de convencer a un convencido. Quizás porque no siento que soy buen negociador. Pero muchas veces nos tocan tareas para las que no nos sentimos adecuados. Ésta era una de ellas.
Llamé al pastor de Virginia. Le expliqué lo mejor que pude por qué estábamos haciendo esto. Respondí a todos sus argumentos. No lo estábamos haciendo en día viernes por distinción religiosa entre un día y otro, sino por facilidad logística. Lo estábamos haciendo simultáneo porque creía que así lo había pedido el Señor. No estábamos tratando de establecer supremacía de ninguna denominación. Pero no tuve éxito.
Llamé a Ana Rebeca para darle la mala noticia. Sí, era decepcionante. Pero ya era la tarde y había que proseguir con los altares, que comenzarían en unas pocas horas. 297 de 298 era ya una gran victoria.
Mientras tanto, en el sur del país, Enrique y sus compañeros se comportaban como buenos cristianos. A la orilla de una carretera poco transitada habían visto a una joven pareja con un bebé de brazos. Como había espacio para ellos en la camioneta, se detuvieron para darles jalón. De camino, los huéspedes contaron las complicaciones de salud que habían tenido en torno al parto, y el equipo se ofreció para orar por ellos.
Después de orar, la conversación giró en torno a la misión que andaba realizando el equipo, los dos municipios a donde iban, y el único municipio donde no habíamos logrado conseguir a nadie: Virginia, Lempira.
Pues resulta que la muchacha tenía una prima que vivía en Virginia, y les dio su número. Enrique se lo pasó a Ana Rebeca, y ella llamó. Contestó un señor que le dijo que la mujer había ido a la pulpería, pero que llamara más tarde. Cuando Ana Rebeca volvió a llamar, resultó que la mujer estaba involucrada con Honduras a Una Voz, y que ya tenía instrucciones de apoyar Adoremos en Honduras. Ana Rebeca le dio los pormenores sobre cómo levantar el altar de adoración y ella accedió. ¡Aleluya!
Pero cuando Ana Rebeca la volvió a llamar más tarde para confirmar que todo estuviera listo, ¡ella se había ido del municipio! ¡Oh, no! ¿Otra vez estábamos en cero? Eran más de las cuatro de la tarde.
Ana Rebeca le preguntó al señor que le había contestado si él era cristiano, y él dijo que sí. Le preguntó quién era su pastor y si podía darle su número de teléfono. El pastor resultó ser aquel que Ana Rebeca había tratado de contactar desde un inicio a través de Facebook.
Logró hablar con el pastor a las 4:50 PM. En diez minutos tuvo que explicarle todo, porque él estaba a punto de iniciar su servicio de las 5:00, que terminaba a las 6:30. Ana Rebeca le pidió si al terminar su servicio podía ir con miembros de su congregación al parque y levantar el altar de adoración al Señor. "¡Yo lo hago!", dijo el pastor.
Ana Rebeca sintió que el tiempo se detuvo. Su persistencia - y la de todos - había rendido fruto.
El viernes 23 de septiembre del año 2016, a las 7 de la noche, levantamos 298 altares de adoración simultáneos, en cada municipio de Honduras. Otra vez, el nombre del Señor fue glorificado en nuestra nación. Y sentimos el calor de Su sonrisa sobre nosotros.