Friday, October 20, 2017

Adoremos en Honduras (parte 1)

Cuando Eliseo cayó enfermo de muerte, Joás, rey de Israel, fue a verlo. Echándose sobre él, lloró y exclamó:

―¡Padre mío, padre mío, carro y fuerza conductora de Israel!

Eliseo le dijo:

―Consigue un arco y varias flechas.

Joás así lo hizo. Luego Eliseo le dijo:

―Empuña el arco.

Cuando el rey empuñó el arco, Eliseo puso las manos sobre las del rey y le dijo:

―Abre la ventana que da hacia el oriente.

Joás la abrió, y Eliseo le ordenó:

―¡Dispara!

Así lo hizo. Entonces Eliseo declaró:

―¡Flecha victoriosa del Señor! ¡Flecha victoriosa contra Siria! ¡Tú vas a derrotar a los sirios en Afec hasta acabar con ellos! Así que toma las flechas —añadió.

El rey las tomó, y Eliseo le ordenó:

―¡Golpea el suelo!

Joás golpeó el suelo tres veces, y se detuvo. Ante eso, el hombre de Dios se enojó y le dijo:

―Debiste haber golpeado el suelo cinco o seis veces; entonces habrías derrotado a los sirios hasta acabar con ellos. Pero ahora los derrotarás solo tres veces.

2 Reyes 13:14-19

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Organizamos un retiro especial entre las dos noches de altar en el parque central de Tegucigalpa. Se llevó a cabo en el centro de retiros en El Hatillo donde la mitad de los participantes estaba hospedado. La finalidad era que nos conociéramos y que tuviéramos un buen tiempo en la presencia del Señor. Y algo más.

En la mañana, los participantes entraron por la mesa de inscripción para recibir su gafete, papelería, y boletos de comidas. Pasando al salón principal, encontraban su lugar preasignado en una de las dieciocho mesas. Cada mesa correspondía a un departamento de Honduras, y reunía a los respectivos delegados departamentales con algunos miembros de IPV y MUNA.

El Señor había pedido 2 ó 3 noches de altar en cada cabecera, y estábamos a punto de culminarlo esa misma noche. ¿Por qué no ir más allá? Les presenté con el reto de levantar 18 altares de adoración simultáneos. Para lograrlo, cada mesa contaba con la gente clave: los delegados departamentales para preparar los recursos locales, y los misioneros de IPV y MUNA como apoyo y enlace entre los departamentos y la administración central.

Durante la preparación, nuestros misioneros mantendrían comunicación constante con su contacto departamental. De ser necesario, irían a la cabecera a reforzar enseñanzas, a entrenar, o a fortalecer al equipo local. Para la fecha de los altares simultáneos, estarían con el equipo local en el parque central de la cabecera.

Todos los presentes aceptaron con gozo el reto de recibirnos una vez más en sus ciudades antes de terminar el año. ¡Menos mal, porque ya les llevábamos los afiches impresos!

Hasta ahora los chicos de Adoremos habían ido a las cabeceras a levantar altares de adoración conmigo. Siempre.

Cada misión fue una experiencia nueva y distinta. En cada viaje compartíamos nuevas aventuras en equipo y conocíamos a nuevos hermanos del Cuerpo de Cristo en toda la nación. ¡Y adorábamos al Señor juntos! Sin prejuicios. Comprobando que Dios envía bendición y vida eterna cuando los hermanos habitan juntos en armonía. Él, en su soberanía y creatividad, nos ha hecho diferentes pero nos ha ubicado en un sólo Cuerpo. En ese diseño hay gran sabiduría. Si todos somos parte del Cuerpo, todos podemos adorar a Dios. Cada uno lo adorará un poco diferente, y eso está bien. Pero además, Cristo habla a su Cuerpo a través de los miembros. Cada uno lo manifestará un poco diferente, y eso está bien. A lo largo de nuestra travesía, cada momento adorando había forjado un sentimiento memorable; un recuerdo de la dulce presencia del Padre y de la manera en que ministró nuestras vidas.

Pero había llegado el momento de que todos tomáramos una responsabilidad mayor. Esta vez no estaríamos viajando juntos.

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Era el viernes primero de Enero del 2010 cuando le pregunté a Jacobo si aún tocaba batería, y me respondió que sí. "Llegate hoy a las seis al templo", le dije. Así fue como comenzó a tocar batería en IPV y MUNA. Llegó a entender el efecto que la música puede tener sobre las personas y los ambientes. Pero también que adorar no es simplemente música, sino una vida completamente entregada al Señor en santidad, dispuesta a obedecer su voz. Que es un asunto del corazón; de la continua búsqueda de la presencia del Señor en íntima comunión. Jacobo llegaría a ser uno de los miembros de Adoremos que más cabeceras visitaría.

Por otro lado, Nelson siempre quiso aprender a tocar batería. Pero era más fácil conseguir una guitarra. Recibió unas pocas clases de guitarra, pero acabó aprendiendo más por su cuenta viendo videos tutoriales en YouTube. Pero su mayor prueba no era el aprender a tocar en sí, sino el estar frente a un público. Aun el hablar enfrente de poca gente lo ponía nervioso. Inició en el ministerio de alabanza cuando un viernes le dije que ese día tocaría la guitarra acústica en la reunión de IPV.

Nelson creció en estatura y en sabiduría, en técnica y en revelación. Como parte de Adoremos, viajó a la mayoría de las cabeceras. Su amistad con Jacobo llegó a ser parte anecdótica de las misiones. Preferían viajar juntos en el camión sin aire acondicionado que ir separados en las cabinas frescas de los carros. ¡Eran inseparables! Y siendo que ambos son tremendamente tímidos, todos nos preguntábamos: ¿De qué hablarán?

Desde niño, a Faddy le gustaba mucho la música. Le gustaba cantar y soñaba con ejecutar el piano magistralmente, por lo que estudiaba el infinito desfile de folletos instructivos que su papá le traía. En su primer año en Sunshine, interpretó un vendedor israelí en Talents For The Lord, aunque trató de pasar desapercibido. Un niño inseguro en el tercer grado, sus intereses eran melódicos, pero no espectaculares.

Una noche de viernes, en la reunión de IPV, el tiempo de alabanza estaba bueno; se percibía la presencia del Señor. Faddy se emocionó tanto que comenzó a tocar la silla de enfrente como si fuese una conga. Notando que tenía buen sentido de ritmo, lo mandé traer con un ujier. ¡Faddy estaba espantado! Con temor y temblor subió al escenario. "¡Tocá las congas!", le dije. Faddy comenzó a tocar nerviosamente, pero terminó disfrutándolo plenamente. No era parte del ministerio de alabanza, sólo era un niño que el pastor mandó a llamar para tocar las congas por una noche.

Un sábado por la tarde en el discipulado de niños les pedí que se quedaran un rato conmigo aquellos que tocaban algún instrumento. Ya reunidos, les pregunté qué instrumento tocaban. "¡Guitarra!", dijo uno. "¡Piano!", respondió otro. "¿Y tú, Faddy, qué puedes tocar?", pregunté. Faddy pausó por un momento, nerviosamente pesando la decisión de haberse quedado. "Flauta", dijo finalmente. (Se refería a la flauta dulce que enseñan en la escuela, y lo único que podía tocar era Estrellita, ¿dónde estás?.) "Jmm... Te veo más cara de batero", le dije. Y lo mandé a tomar lecciones de batería.

Y así comenzó. Pasó por ser baterista del grupo de niños, bajista de un cuarteto, corista de Honda & Piedra, ayudante de percusiones, y segundo teclado de Adoremos. Y con la inminente partida de Jacobo, Faddy era el mejor candidato para tomar el banquillo detrás de la batería. No era su pasión, pero había llegado a entender que la adoración es un estilo de vida; es una constante búsqueda por servir al Señor fielmente.

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