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Años atrás, en los días en que Martín andaba por las bandas, me encontré orando fuertemente por él. Sé que yo no era el único orando por él en esa temporada, pero - al menos para mí - la intercesión de ese día fue muy particular.
Llegué a las oficinas que había diseñado y construido para Corporación Rod, la empresa que fundó mi padre. Pero ahora el espacio estaba siendo alquilado por IPV San Pedro Sula, y MUNA tenía ahí semanalmente su escuela de ministerios. Yo era parte del equipo de alabanza y a veces, como hoy, llegaba más temprano para orar. No recuerdo qué exactamente habrá estado sucediendo en la vida de Martín en esos días - de hecho, no nos mirábamos mucho - pero lo cierto es que comencé a orar intensamente por él.
Mas de repente, mi oración cambió. Era como si desde la profundidad de mi espíritu, el Espíritu Santo daba palabras a mi queja - sólo que yo no estaba consciente de tener esa queja: I am just a penniless boy, and You ask me to build you an empire! (Que traducido es: ¡Soy sólo un niño sin un centavo, y Tú me pides que te edifique un imperio!)
Llegué a las oficinas que había diseñado y construido para Corporación Rod, la empresa que fundó mi padre. Pero ahora el espacio estaba siendo alquilado por IPV San Pedro Sula, y MUNA tenía ahí semanalmente su escuela de ministerios. Yo era parte del equipo de alabanza y a veces, como hoy, llegaba más temprano para orar. No recuerdo qué exactamente habrá estado sucediendo en la vida de Martín en esos días - de hecho, no nos mirábamos mucho - pero lo cierto es que comencé a orar intensamente por él.
Mas de repente, mi oración cambió. Era como si desde la profundidad de mi espíritu, el Espíritu Santo daba palabras a mi queja - sólo que yo no estaba consciente de tener esa queja: I am just a penniless boy, and You ask me to build you an empire! (Que traducido es: ¡Soy sólo un niño sin un centavo, y Tú me pides que te edifique un imperio!)
Algún tiempo después, cuando nos encontrábamos levantando altares por todo el país, entendí mejor lo de edificarle un imperio. Y lo estábamos haciendo sin un fondo presupuestario además. Pero había quedado con la duda: ¿Habrán estado relacionadas las dos oraciones? ¿Quizás Martín sería parte de esa edificación?
Martín y Emily se casaron en agosto del 2012. Habían expresado su preferencia por servir juntos en IPV La Lima, y albergaban un deseo privado de que esa oportunidad se diese en la alabanza. Sabíamos de los dotes musicales de Martín, pero Emily era nueva en la congregación y sus talentos estaban aún por manifestarse. Aunque Emily había servido en el canto desde niña, entendía que no iba a entrar al ministerio de alabanza de primas a primera.
Comencé a incorporar a Martín en el equipo de alabanza, dándole tiempo a Emily a aclimatarse. Después de todo, el ambiente eclesial nuestro era muy distinto a aquel en el cual ella había crecido. A finales de ese año, hubo una reunión especial para la cual ocupábamos un grupo de alabanza sólo de mujeres, y Emily se ofreció a participar. Causó tan buena impresión, que la dejé como parte del equipo de los viernes.
Un domingo en que le tocaba ministrar a Adoremos, Emily llegó lista como para subir y ministrar. Al verla, sólo le dije: "Emily, subí". De un sólo brinco ya estaba arriba. Desde entonces, Martín y Emily sirven juntos como parte de Adoremos.
Dice Martín que fue entonces cuando despertó a la verdadera adoración. Dejando a un lado la teoría, comenzó a comprender el fluir espiritual en la música. Cuando Emily tuvo su primera experiencia en un altar de adoración, fue también la primera vez que adoraba junto a tanta gente. Quedó prendida de la convivencia, de la enseñanza, y de ver cómo se escribían las canciones y se les daba vida con la música. Eso fue en San Pedro Sula en el 2013.
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San Pedro Sula, Cortés
Los Pastores Remo y Rosy Bardales nos recibieron en IPV San Pedro Sula. Por tratarse de la segunda ciudad más importante de Honduras, sabíamos que tendríamos mayor concentración de gente y de talento. Así que orientamos los talleres a un nivel técnico mayor. Además, diseñamos un sistema fluido que nos permitiese involucrar a todos los participantes en su propia disciplina - canto, danza, o instrumentación. El producto final fue una serie de videos en YouTube con cinco canciones inéditas escritas, arregladas, ejecutadas y coreografiadas en los talleres: Digno Es Nuestro Dios, Adoremos, En Ti, Carta a los Exiliados (El Futuro que Esperas), y Merecedor.
Las fechas de este altar coincidieron con la feria patronal de San Pedro Sula, cuando las calles de la zona viva se llenan de tarimas para conjuntos musicales y casetas para el expendio de cerveza. De alguna manera logramos que la alcaldía nos cediera el uso de una tarima grande que tendrían en el mero parque central. Pero hasta la segunda noche.
Para la primera noche levantamos el altar en las inmediaciones del Parque Benito Juárez, otro parque de significativa relevancia. IPV San Pedro Sula simplemente trasladó su culto regular a la calle, donde instalamos los instrumentos al ras de suelo y adoramos al Señor.
Para la segunda noche, teníamos la tarima lista en el parque central. Éramos tantos cantores y músicos, que la única manera de que todos participáramos era haciendo turnos rotativos. Organicé a los coristas en cuatro columnas frente a los micrófonos. Después de una canción, los del frente pasaban al fondo y todos daban un paso al frente. Y así sucesivamente, garantizando a todos la misma oportunidad. Los líderes de alabanza y los instrumentistas hacíamos algo parecido, así que mientras yo no estaba dirigiendo, me unía al coro.
Mientras tanto, en la plaza, los asistente cantaban, danzaban, y flameaban sus banderas. Entre ellos apareció un hombre bien embriagado. Su cabello, su piel y sus ropas cubiertos de la mugre de años de vivir en la calle. Nadie le dijo qué hacer. En medio del gentío, se puso de rodillas, manos extendidas al cielo.
Cuando terminó el altar, bajando las gradas de la tarima, el borracho me interceptó. Olía a guaro y a sudor curtido, pero comenzó a hablarme con tal autoridad que yo supe que Dios estaba hablándome a través de él. Me habló mucho sobre cuánto Dios quería usarme. Y luego me dijo que nunca prestara mi guitarra. ¿Quién puede entender ese misterio?
Puerto Lempira, Gracias a Dios
9-11/07/13
"A La Moskitia", me aconsejó el hermano Carlos Meléndez, "sólo lleve varones, porque es un viaje muy incómodo". Años de viajar ahí como comerciante respaldaban sus sugerencias. "Lo mejor es manejar hasta La Ceiba y pasar ahí la noche para tomar la avioneta temprano la mañana siguiente. En Puerto Lempira hay dos proveedores de electricidad, pero cortan el servicio cuando quieren y sin aviso. Le recomiendo que se hospede en Hotel El Sol, porque ellos tienen peque a las dos compañías eléctricas; así que a veces tienen de una, a veces de otra, aunque a veces de ninguna. Puede uno acostarse con aire acondicionado, y a las dos de la mañana se está despertando empapado de sudor."
"Ya le entregué su carta al Pastor Juan Carlos Galindo, que es el presidente de la asociación de pastores. Le expliqué la visión, y él está muy anuente. Además, la comida allá puede ser un problema, pero ya hablé con la hermana Yesenia y ella les va a colaborar. Por eso no se preocupe."
Con el camino preparado por hermano Carlos, sólo restaba elegir bien a mis acompañantes. No sólo debían ser varones, sino también aventureros dispuestos. Pero sobre todo, debían estar bien establecidos en Cristo, ser llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, ser santos e irreprensibles... (Si seguía con la lista, no iría nadie.) Aldo tenía la disposición y era multifacético, sólo necesitaba resolver su pasaje y estaba a bordo. Enrique "Quique" Contreras había apoyado mucho con los altares y estaba listo y dispuesto. El último integrante fue Manuel, quien había regresado al redil y había participado en los últimos altares tras ser reinjertado.
Estaba yo claro en que esta misión sería un entrenamiento espiritual para los cuatro del equipo. Tendríamos sólo tres días en La Moskitia para edificar un altar con el cuerpo de Cristo local, así que debíamos ser sabios. Primero me aseguré de tener un buen respaldo de oración en casa. Luego, todos en el equipo nos comprometimos a estar espiritualmente alerta y a compartirnos todo lo que percibiéramos en el espíritu.
Salimos de La Lima un lunes en el carro de Quique. En La Ceiba aprovechamos a grabar a Mauricio Flores, un trompetista que conocimos en el evento de Adoremos en La Ceiba, para dos canciones que estábamos produciendo. Después de cenar en Pizza Hut, nos fuimos a dormir. El ministerio que había prestado sus instalaciones para alojar al equipo durante nuestra visita previa a La Ceiba nos alojó esta vez también. Y nos permitieron dejar ahí el carro durante nuestra misión a Puerto Lempira.
Temprano la mañana siguiente nos hicimos al aeropuerto. En el mostrador compramos los boletos - unas cartulinas impresas con el logo de la aerolínea, plastificadas para su conveniente reuso. A través del ventanal, el avión se miraba responsable. ¡Mucho mejor de lo que esperaba! Es decir, hasta que entendí que estaba viendo el avión con destino a Roatán, y que el nuestro era el avioncito de juguete de más atrás.
Con todo, el avioncito se comportó responsablemente y nos llevó sanos y salvos a la pista de barro rojo de Puerto Lempira. En el mismo campo nos esperaba una pequeña caseta de madera (donde compraríamos el boleto de regreso, asumiendo que el vuelo no se cancelara por falta de pasajeros) y el estacionamiento donde llegaron a recogernos.
A pesar de todo lo que nos habían contado, realmente no imaginábamos el contraste cultural entre La Moskitia y el resto de Honduras. ¡Nunca nos habíamos sentido tan extranjeros en nuestro propio país! Todas las calles eran de barro rojo. Había casas de madera suspendidas sobre ramas a la par de construcciones de cemento, aluminio y vidrio. En lugar de perros callejeros, aquí había zopilotes - tanto en las calles como en los patios. Todos los habitantes de Puerto Lempira que vinieron de otras ciudades parecen estar en transición, como esperando el día en que podrán irse de ese lugar. Y los miskitos, a pesar de que mezclan su idioma con el español y te llaman “vos” aunque no te conozcan, logran hacerte sentir que eres tú quien está visitando su tierra. Su cultura es muy propia, y muchas cosas simplemente no se traducen claramente al ámbito al que estoy acostumbrado.
"Ya le entregué su carta al Pastor Juan Carlos Galindo, que es el presidente de la asociación de pastores. Le expliqué la visión, y él está muy anuente. Además, la comida allá puede ser un problema, pero ya hablé con la hermana Yesenia y ella les va a colaborar. Por eso no se preocupe."
Con el camino preparado por hermano Carlos, sólo restaba elegir bien a mis acompañantes. No sólo debían ser varones, sino también aventureros dispuestos. Pero sobre todo, debían estar bien establecidos en Cristo, ser llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, ser santos e irreprensibles... (Si seguía con la lista, no iría nadie.) Aldo tenía la disposición y era multifacético, sólo necesitaba resolver su pasaje y estaba a bordo. Enrique "Quique" Contreras había apoyado mucho con los altares y estaba listo y dispuesto. El último integrante fue Manuel, quien había regresado al redil y había participado en los últimos altares tras ser reinjertado.
Estaba yo claro en que esta misión sería un entrenamiento espiritual para los cuatro del equipo. Tendríamos sólo tres días en La Moskitia para edificar un altar con el cuerpo de Cristo local, así que debíamos ser sabios. Primero me aseguré de tener un buen respaldo de oración en casa. Luego, todos en el equipo nos comprometimos a estar espiritualmente alerta y a compartirnos todo lo que percibiéramos en el espíritu.
Salimos de La Lima un lunes en el carro de Quique. En La Ceiba aprovechamos a grabar a Mauricio Flores, un trompetista que conocimos en el evento de Adoremos en La Ceiba, para dos canciones que estábamos produciendo. Después de cenar en Pizza Hut, nos fuimos a dormir. El ministerio que había prestado sus instalaciones para alojar al equipo durante nuestra visita previa a La Ceiba nos alojó esta vez también. Y nos permitieron dejar ahí el carro durante nuestra misión a Puerto Lempira.
Temprano la mañana siguiente nos hicimos al aeropuerto. En el mostrador compramos los boletos - unas cartulinas impresas con el logo de la aerolínea, plastificadas para su conveniente reuso. A través del ventanal, el avión se miraba responsable. ¡Mucho mejor de lo que esperaba! Es decir, hasta que entendí que estaba viendo el avión con destino a Roatán, y que el nuestro era el avioncito de juguete de más atrás.
Con todo, el avioncito se comportó responsablemente y nos llevó sanos y salvos a la pista de barro rojo de Puerto Lempira. En el mismo campo nos esperaba una pequeña caseta de madera (donde compraríamos el boleto de regreso, asumiendo que el vuelo no se cancelara por falta de pasajeros) y el estacionamiento donde llegaron a recogernos.
A pesar de todo lo que nos habían contado, realmente no imaginábamos el contraste cultural entre La Moskitia y el resto de Honduras. ¡Nunca nos habíamos sentido tan extranjeros en nuestro propio país! Todas las calles eran de barro rojo. Había casas de madera suspendidas sobre ramas a la par de construcciones de cemento, aluminio y vidrio. En lugar de perros callejeros, aquí había zopilotes - tanto en las calles como en los patios. Todos los habitantes de Puerto Lempira que vinieron de otras ciudades parecen estar en transición, como esperando el día en que podrán irse de ese lugar. Y los miskitos, a pesar de que mezclan su idioma con el español y te llaman “vos” aunque no te conozcan, logran hacerte sentir que eres tú quien está visitando su tierra. Su cultura es muy propia, y muchas cosas simplemente no se traducen claramente al ámbito al que estoy acostumbrado.
Una vez que identificamos los principales desafíos espirituales en el lugar, iniciamos el entrenamiento a los ministros locales. No distribuí tareas en base a experiencia, sino en base a cómo mantener fortalecido al equipo. De manera que Manuel entrenó a los músicos, Quique activó a las danzoras, Aldo formó a los cantores, yo enseñé. Todos dirigimos tiempos de oración y todos colaboramos en levantar el altar al Señor por las noches.
Sé que el Señor se complació con los altares y que hubo una conmoción en los aires de La Moskitia. La última noche nos fuimos a dormir a una habitación oscura y sin electricidad. Pero el espíritu de la ciudad estaba bañado en el resplandor de la gloria del Señor.
La mañana siguiente, tomamos la avioneta de regreso a La Ceiba. Recogimos el carro de Quique, agradecimos la hospitalidad de los hermanos, y regresamos a casa. Traíamos de regreso las memorias de una gran aventura y lo que el Espíritu Santo forjó en nuestros corazones. Así como las dos canciones que escribí en la habitación del Hotel El Sol: De Sión Saldrá Su Ley y El Verbo de Dios.
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