Wednesday, April 19, 2017

ADORAR ES... (parte 3)

En agricultura comúnmente se necesita un lugar seco donde guardar granos, semillas o forraje. Puede ser subterráneo, edificado a ras de suelo o suspendido sobre pilotes. Lo importante es proteger los granos de la humedad, de plagas y demás elementos que puedan echarlos a perder. El sistema de silos funciona de maravilla para preservar granos, pero resulta desastrosa para formar un ministerio de alabanza.

Muchos equipos de alabanza existen aislados del resto de la iglesia. Tienen sus ensayos aparte. Su servicio, aparte. Sus tiempo de oración, aparte. Sus estudios bíblicos, aparte. Además, se les enseña que han sido apartados para el ministerio, y que como tales, hay demandas que aplican a ellos, aunque no a los demás. La intención es buena, pero he visto demasiado mal fruto venir de esta metodología.

He visto muchachos que llegan al culto, dirigen la alabanza, y se salen del templo durante la prédica, sólo para regresar cuando les corresponde volver a tocar durante la ministración. He oído de músicos que tocan en la iglesia el domingo, y en bares los viernes. Aún otros, sacan a escondidas los instrumentos del templo para ir a tocar al antro. He visto divas y divos que actúan como si sostuviesen a la iglesia en un dedo, porque genuinamente creen que ellos - y sólo ellos - son los responsables de traer el cielo a la tierra. Y he visto una infinidad de chicos con talento musical que dedican más tiempo a perfeccionar su técnica que a santificar su alma. La mayoría de todos ellos no llegan lejos. Tristemente, la culpa no es tanto de ellos como de la subcultura que se promueve en una iglesia con falta de revelación espiritual.

Hay pastores que no saben mucho de música. Eso no es ningún crimen. Perfectamente pueden enlistar a alguien con temor de Dios que sí tenga un llamado a servir en la música. Pero no es una excusa para entregarle su autoridad divina a músicos sin temor de Dios. Lamentablemente, muchos pastores lo hacen. Algunos hasta toleran las malacrianzas de su equipo de alabanza, porque creen que la iglesia se hundiría sin músicos.

El sumo sacerdote Elí cometió ese error. Sus hijos eran hombres impíos, y no tenían conocimiento del Señor. Aún así, eran sacerdotes, y Elí no los estorbó en su ministerio. Los hijos de Elí tomaban ilícitamente de las ofrendas, eran agresivos con los servidores, y se acostaban con las muchachas que servían en el santuario. (1 Samuel 2) En breve, se comportaban como estrellas de rock. Y eso es exactamente lo que sucede cuando a los equipos de alabanza se les trata como el mundo trata a sus estrellas de rock.

Dios se quejó contra Israel a través del profeta Amós, diciendo: Quita de mí el bullicio de tus canciones, pues no escucharé las salmodias de tus instrumentos. Más bien, corra el juicio como las aguas y la justicia como arroyo permanente. (Amós 5:23-24) Este pueblo tenía cultos y asambleas; hacían sacrificios y daban ofrendas; cantaban y entonaban alabanzas... Pero Dios no quería nada de eso. Porque no había ni justicia ni juicio.

Jesús relacionó justicia con su propia ascensión al Padre, y juicio con que el diablo había sido juzgado. (Juan 16:10-11) Justicia tiene que ver con levantar lo que está deprimido; juicio tiene que ver con bajar todo lo que está encumbrado. Cuando David tumbó al gigante Goliat, derribó la supremacía de los filisteos (juicio), y llevó la cabeza de Goliat como trofeo para celebrar la liberación de los israelitas (justicia).

La justicia y el juicio se viven en medio de la comunidad. (No hay excepción para los ministros de alabanza.) A veces eso se vive como todos los demás de la comunidad. Aseando el templo, asistiendo al discipulado, o llegando temprano al culto aun cuando no nos toca servir. A veces se vive haciendo uso de los talentos particulares. Sí, dirigiendo la alabanza es una de las formas más comunes. Pero hay más. Enseñándole a otro a tocar un instrumento. Entonando cánticos de liberación junto al lecho de un hermano enfermo. Adorando al Señor en lugares espiritualmente desiertos.

Hace algún tiempo, había un hermano de la congregación que estaba muy deprimido. La depresión lo tenía aislado, atado, y sin esperanza. El Espíritu Santo me instó a visitarlo. Luego de platicar un rato (uno no sabe qué decir en momentos así), comenzamos a orar. Tomando mi guitarra, adoramos al Señor con cántico. El Espíritu Santo fue mucho más elocuente que yo cuando me llevó al Salmo 42 y - creo yo - cantó a través de mí, una oración de esperanza para mi hermano.
¿Por qué te abates, oh alma mía?
¿Por qué te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle,
Él es mi Dios y mi Salvación.
Oh, Dios mío, mi alma está abatida;
Me acordaré, por tanto, de ti
Desde la tierra del Jordán,
Desde los montes de Hermón y de Mizar.
Un abismo llama a otro
A la voz de tus cascadas;
Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí.
Pero de día mandarás misericordia,
Y por la noche tu canción estará conmigo,
Es mi oración al Dios de mi vida.

La experiencia fue muy significativa, tanto para él como para mí. Me ayudó a entender que puedo colaborar con Dios en hacer justicia, aun cuando no tengo una respuesta al problema que está delante de mí. El verdadero amor no florece en un laboratorio estéril, sino más bien en el sucio desorden de la vida cotidiana. Entre el gozo y el quebranto; entre la desesperanza y la fe.

Los ministros de alabanza crecen más saludables cuando tienen vida comunal con sus semejantes. No como príncipes que salieron del palacio para deleitar al pueblo, sino como semejantes. O mejor aún, como siervos. En el mundo, los grandes se enseñorean sobre los demás; pero en el reino de Dios, el más grande es el que sirve a los demás.

Cuando el sistema de medición del mundo se infiltra en el ministerio de alabanza, no lo llaman "egoísmo" o "vanagloria" o "soberbia". Lo llaman "excelencia". Y bajo la bandera de la "excelencia" se cometen muchas injusticias - atropellando al pequeño, al inexperto, y al sencillo. Así, pues, todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo. (Eclesiastés 4:4) ¿Significa que debemos ser mediocres en nuestro ministerio? ¡De ninguna manera! Pero la excelencia que debemos darle al Señor es la que Él pide y busca; la que lo engrandece a Él, no a nosotros mismos.

Antes de mirar una ofrenda, el Señor evalúa el corazón del oferente. Cuando Abel le trajo de los primogénitos de sus ovejas, el Señor miró con agrado a Abel y a su ofrenda. Pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. (Génesis 4:4-5) Jesús elogió la ofrenda de dos monedas de una viuda pobre por sobre el mucho dinero que daban los ricos, porque ella había dado con sacrificio, mientras que los ricos dieron de lo que les sobraba. (Marcos 12:41-44)

El Señor pesa nuestro corazón, y ese peso es el que determina el valor de nuestra adoración.

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