Wednesday, April 12, 2017

ADORAR ES... (parte 2)

¿Cuánto de lo que la iglesia hace fue realmente comisionado por el Espíritu Santo? De todo lo que hacemos como ministros de alabanza, ¿qué es nacido de Dios, qué es nacido de la carne, y qué es simplemente importado del mundo con total indiferencia respecto a su origen? Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. (Juan 3:6)

Martín tenía 5 años cuando llegó a MUNA con su familia. Ya había evidenciado don musical sacando la melodía de una canción en un teclado que su papá le compró cuando era un bebé apenas. Entre los 7 y 8 años recibió clases con un par de maestros, pero no fue sino hasta que lo tomó Aldo (entonces un jovencito) que se desarrolló un poco más en el teclado. Entre la edad de 9 y 13, recibió enseñanzas casuales de teclado y tuvo presentaciones casuales en la iglesia. Era un muchacho prometedor e inspiraba en otros el deseo de ayudarle a mejorar. ¡Hasta yo le di clases musicales básicas en en mis días de descarrío!

Además de la música, Martín tenía otra pasión: el fútbol. Ya estaba haciendo contactos para entrar en las reservas del Club Deportivo Marathón. Pero el día que llegaría el representante del Club a hablar con su papá y fichar a Martín resultó ser también el último día para hacer examen de audición en la Escuela de Música Victoriano López. No sólo eso, sino que la Victoriano no aceptaba estudiantes mayores de 13 años, así que ese día sería su última oportunidad de entrar. "¿Quieres ser músico o futbolista?", le preguntó su madre.

Ese año fue determinante para el desarrollo ministerial de Martín. Entró a la Victoriano a estudiar viola. Tuvo su primera participación en Talents. Y comenzó a ministrar la alabanza formalmente como tecladista de IPV Lima Centro, bajo el Pastor Remo Bardales. Su anhelo ferviente era honrar a Dios con su talento.

Pero en la Victoriano encontró un ambiente muy diferente al entorno cristiano en el que lo habían criado sus padres. No es que los cristianos mantengan a sus hijos en una burbuja. Sí, eso es algo que algunos padres hacen. Pero es más una cuestión del tipo de padres que son, sin importar su afiliación religiosa. Todo buen padre y toda buena madre se dará a la tarea de proteger a sus hijos de los agresores externos, desfasando su rol progresivamente hasta entregar a sus hijos a su destino como miembros productivos de la sociedad. Una mujer puede ser atea, pero si está convencida del daño que produce el tabaco, le enseñará a sus hijos que fumar es dañino.

Antropológicamente hablando, debo admitir que la música - como expresión cultural de la humanidad - es buena. Pero como hijo de Dios estoy consciente de que no todo nace de la misma fuente. El Apóstol Pablo escibió: Porque la intención de la carne es muerte, pero la intención del Espíritu es vida y paz. Pues la intención de la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios ni tampoco puede. Así que los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. (Romanos 8:6-8)

Hay gente que, considerándose seguidora de Jesús, escucha cualquier y todo tipo de música. Ése es asunto suyo y de su consciencia. Yo no puedo. Mi consciencia no me lo permite. Si mi meta en esta vida es glorificar al Señor más y más, ¿por qué habría de dar rienda suelta a los impulsos que producen enemistad con Dios? Si mi fin es alcanzar vida eterna, ¿por qué habría de participar de algo cuya intención es muerte? Todo me es permitido, pero no todo conviene. Todo me es permitido, pero no todo edifica. (1 Corintios 10:23)

En la Victoriano, Martín conoció el mundo exterior. Y había de todo. Comenzó a oír de todo tipo de música; explorando aquí y allá. Lo que inició como curiosidad llegó a absorberlo, al punto de alterar su motivación para estudiar música. Mientras tanto, la rigurosa demanda técnica de la escuela y su constante exigencia personal asfixiaban poco a poco su sensibilidad espiritual. Cuando adorar al Señor dejó de ser prioridad, se retiró del ministerio de alabanza de la iglesia.

Martín creció musicalmente. Pero secretamente, tenía miedo. Miedo de que Dios lo castigara por no cumplir su propósito. Miedo de decepcionar a sus padres, que lo habían formado para que fuera ejemplar, dentro y fuera de la iglesia. Por eso, si la iglesia lo invitaba a tocar en algún especial, siempre accedía.

En la Victoriano, todas las promesas de violista estaban puestas sobre él. Promesas de salir becado al extranjero y tocar en diferentes orquestas; de sobresalir como músico exitoso y de muy buen nivel. Hasta que un día, jugando con un amigo, tuvo un pequeño accidente.

Parecía insignificante al principio, en realidad. Pero pronto no podía mover su brazo derecho. Junto con su brazo se paralizaron las aspiraciones del "músico promesa". Todo suspendido en un instante.

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