Sabemos que debemos adorar exclusivamente al Señor, nuestro Dios. Jesús dijo que esta adoración necesita ser en espíritu y en verdad. Ése es el fondo. Y respecto al lugar, dijo que ya no sería ni en Jerusalén ni en un monte específico. Es decir, el lugar queda a discreción del adorador. Pero, ¿qué de la forma?
Nuestro Dios es infinitamente creativo. Su Reino está lleno de diversidad inimaginable, y sin embargo, Él se relaciona con cada una de sus criaturas de manera particular. Con tanta sabiduría desplegada, sería absurdo pensar que hay una sola expresión de adoración aceptable.
Resulta que esta pareja crió ocho hijos. Ellos crecieron, se casaron y le dieron a sus padres un total de dieciocho nietos. Todos ellos han sido instruidos en el temor de Dios y el conocimiento de las Escrituras.
Algún tiempo después, hubo una reunión extraordinaria en el Salón Gerizim de MUNA. El Apóstol Byron Walters nos visitaba, y ese día llamó al frente a los integrantes de Honda & Piedra. Consciente de que el Espíritu Santo nos había dado una revelación especial en cuanto a la adoración, nos exhortó a que hiciéramos un compromiso solemne de impartirla a la siguiente generación.
Hermana Emma me pidió que yo presidiera la oración, lo cual hice con toda la dignidad del caso. Pero al Apóstol Byron no le pareció bien que yo orara en términos de "impartirle a nuestros hermanos". Para él era muy importante el tema de padres e hijos espirituales, así que pidió que se arreglara la oración en términos de "impartirle a nuestros HIJOS espirituales".
No recuerdo quién se ocupó de arreglar la oración. Sólo sé que no fui yo. Primero porque yo no me miraba como padre espiritual de nadie, pero sí como hermano de muchos. Y segundo, porque todavía estaba tratando de asimilar la noción de que mi oración pudiese haber estado "mala" y que necesitase ser "arreglada".
En cualquier caso, sé que había orado en la integridad de mi corazón. Si acaso la forma no había sido perfecta, creo que el fondo sí fue correcto. Supongo que puedo decir lo mismo de Emily. Aunque en ese tiempo ni siquiera nos conocíamos.
Emily fue una de esas nietas. Fue una hija obediente y bien portada. Leía mucho la Biblia y sirvió como maestra de escuela dominical desde muy joven. No había recibido ningún discipulado sobre adoración, pero Emily creció cantándole al Señor. Lo hacía de todo corazón, aunque no era parte de un "ministerio de alabanza". Formaba parte del coro de la iglesia que sus abuelos presidían (cantando himnos - no las alabanzas de moda), además del coro de la escuela cristiana en la que estudiaba. No ejecutaba ningún instrumento musical. No conocía los tecnicismos relacionados con la adoración, ni entendía mucho sobre lo que sucede en el ámbito espiritual cuando adoramos.
Entonces, la pregunta sería: ¿Adoraba? ¿Adoraban sus padres? ¿Sus abuelos?
Sería necio decir que no basado simplemente en preferencias musicales. Como le dijo el Señor al profeta Samuel: El Señor no mira lo que mira el hombre: El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón. (1 Samuel 16:7)
Muchos miraban en Emily un prospecto de líder para la iglesia a la que asistía con su familia. Pero ella había determinado desde niña que no se quedaría en esa congregación. Tenía el deseo de servir al Señor, pero sentía que ahí no podía hacerlo con la libertad que quería.
Algún tiempo después, hubo una reunión extraordinaria en el Salón Gerizim de MUNA. El Apóstol Byron Walters nos visitaba, y ese día llamó al frente a los integrantes de Honda & Piedra. Consciente de que el Espíritu Santo nos había dado una revelación especial en cuanto a la adoración, nos exhortó a que hiciéramos un compromiso solemne de impartirla a la siguiente generación.
Hermana Emma me pidió que yo presidiera la oración, lo cual hice con toda la dignidad del caso. Pero al Apóstol Byron no le pareció bien que yo orara en términos de "impartirle a nuestros hermanos". Para él era muy importante el tema de padres e hijos espirituales, así que pidió que se arreglara la oración en términos de "impartirle a nuestros HIJOS espirituales".
No recuerdo quién se ocupó de arreglar la oración. Sólo sé que no fui yo. Primero porque yo no me miraba como padre espiritual de nadie, pero sí como hermano de muchos. Y segundo, porque todavía estaba tratando de asimilar la noción de que mi oración pudiese haber estado "mala" y que necesitase ser "arreglada".
En cualquier caso, sé que había orado en la integridad de mi corazón. Si acaso la forma no había sido perfecta, creo que el fondo sí fue correcto. Supongo que puedo decir lo mismo de Emily. Aunque en ese tiempo ni siquiera nos conocíamos.