Friday, July 7, 2017

SEMBRANDO SEMILLAS (parte 2)

Nuestra relación con la comunidad garífuna se inició por una confusión divina. Obviamente, cuando el Señor está en el asunto, las confusiones no son accidentales, sino intencionales.

Era un día cualquiera cuando recibí una llamada del hermano Luis Vargas. Era amigo de mis papás de muchos años, y uno de sus enlaces ministeriales en La Ceiba. El hermano Luis había sido abordado por el presidente de la recién formada Asociación de Pastores Garífuna, el pastor Timoteo Norales. Él quería que alguien le impartiera a los pastores garífuna sobre el tema de guerra espiritual. El hermano Luis había remitido el mensaje a hermana Emma, pero ella le había sugerido que mejor hablara conmigo, porque yo "siempre había querido ir a la Moskitia". El hermano Luis me dio el número del pastor Timoteo y me dejó a la tarea.

Así que un día cualquiera me encontré organizando un seminario sobre un tema que no dominaba, con un pastor que no conocía, para ser impartido en un lugar que no era la Moskitia, a un grupo étnico acerca del cual sólo sabía lo poco que logré captarle a la profesora Edenia de Delgado en sus clases de Historia de Honduras (a las cuales, francamente, presté poca atención). Por si fuera poco, el lugar era remoto y la asociación no tenía presupuesto, así que nosotros tendríamos que cubrir no sólo nuestros gastos de traslado, sino además llevar víveres para nuestra alimentación y la de los convidados al seminario. Y combustible para el pipante.

MUNA siempre ha tenido un fuerte impulso misionero a las naciones, así que IPV recibió con gozo la noticia de que estábamos organizando una misión para servir a los pastores garífuna en la aldea de Sangrelaya, departamento de Colón. Todos los de corazón correcto eran candidatos para ir. Tras un tiempo de orar, presupuestar y gestionar, finalmente teníamos al equipo, el programa y material de enseñanza, los vehículos, los víveres, y las ganas. Muchas ganas.

Salimos temprano de La Lima, pasando por Tela y parando en La Ceiba para desayunar. De ahí nos hicimos a Tocoa, donde esperamos en el parque la llegada del pastor Timoteo. Para mi sorpresa, lo acompañaba Erasmo Arriola. Erasmo era también conocido de mis papás de años, y compañero de algunas labores ministeriales. Resulta que Erasmo vivía en Sangrelaya. Él y Timoteo eran el dúo dinámico de la comunidad cristiana garifuna en el norte de Honduras. (Al menos así llegué a verlos yo.)

De Tocoa continuamos hasta Bonito Oriental, donde se acabó la carretera pavimentada. De ahí en adelante viajamos por una tortuoso carretera de tierra, llena de hoyos por las recientes lluvias que nos obligaban a avanzar a veces a sólo diez kilómetros por hora. Las lluvias también habían llenado ciertos cruces, así que Erasmo nos guió a través de una densa selva de palma africana, por senderos improvisados y vados. Fue entonces que tuve una inquietud. Le pregunté al hermano Marvin, padre de Ana Raquel y mi copiloto en esta mision:
     - ¿Cuando nos toque regresar, te acordarás por dónde andamos?
     - ¡Para nada!
     - ¿Qué tanto sabemos de esta gente?
     - No mucho.
     - ¿Será así como comienzan esas tragedias que salen en primera plana del periódico?: Grupo de misioneros secuestrado en la jungla.

Gracias a Dios, pronto retomamos la carretera y llegamos a Iriona. Ahí dejamos los vehículos en el estacionamiento (entiéndase solar valdío) de un hotel (entiéndase hospedaje y bar), y abordamos el pipante. Un pipante es una canoa de madera, larga y angosta. El nuestro tenía adaptado un motor de lancha.

Abordé y me hice hacia la última fila, junto a una señora garífuna grande. Mi equipo misionero, todos campeños, gritaban nerviosos con el mecer del pipante cada vez que alguien abordaba. Mi vecina garífuna procuraba calmarlos con su voz grave: "Tranquilos. Si Jesús va en la barca, la barca no se hunde". (Esa frase se quedaría conmigo mucho tiempo, y años después sería la inspiración del coro de la canción Yupi.)

Era de noche ya cuando zarpamos. El pipante abrió su surco en la densa oscuridad. Tenía uno que ubicarse por el oído, más que por los ojos. Adelante: el bullicio asombrado de los misioneros, ahogado por el aire que cortábamos. Atrás: el ruido del motor. Debajo: las aguas de la laguna larga y estrecha que nos llevaría a Sangrelaya. A uno y otro lado, con dificultad lograba verse la silueta de los árboles que flanqueaban la laguna, pues no hay servicio público de electricidad en esta zona. Pero si uno miraba arriba, veía el cielo más estrellado jamás visto. Imponente. Majestuoso. Obra del Creador supremo.

Llegamos a Sangrelaya sin aviso. Sin luces que alumbraran el pequeño muelle, había que bajarse a tientas. Y bajar las maletas. Y las provisiones. Para luego seguir a un guía que era el único que tenía un foco de mano - aunque no lo mantenía prendido, sino que lo usaba sólo para mostrarnos algún obstáculo en el camino. Poco se imaginaba él que para estos extranjeros fuera de su elemento, el simple hecho de caminar por calles de arena en plena penumbra era ya un obstáculo en sí mismo.

Pastor Timoteo nos llevó hasta un complejo donde estaba el templo y algunas casas. Un generador brindaba electricidad, lo suficiente para la iluminación y el equipo de sonido. El culto ya había comenzado, pero quería que cenáramos antes de incorporarnos. Después de todo, habíamos salido de casa hacía doce horas.

Entramos a una casas, tenuemente iluminada por un bombillo. A mí me asignaron la cabecera de la mesa de comedor; Marvin se sentó a mi mano derecha. Los demás se sentaron donde pudieron. Cuando trajeron el primer plato de comida, se lo dieron a Marvin, pues estaba más cerca de la puerta. Pero cuando vio la pezuña de gallina, saliendo de entre el arroz y los frijoles, engarrotada como en el afiche de una película de terror, me lo cedió apresuradamente. No supuso que todos los platos tendrían el mismo menú y la misma presentación. De todos modos, le he enseñado a mi grey lo que Jesús asímismo nos enseñó: En cualquier ciudad donde entren y los reciban, coman lo que les pongan delante. (Lucas 10:8) Así que todos nos comimos toda la comida. O al menos eso fue lo que alcancé a ver.

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